Cuestiones Físicas para pensar



Hubo un tiempo en que se tenían por absolutamente ciertos los datos que nuestros sentidos nos suministraban. El mundo exterior era idéntico al que veíamos. El Sol daba vueltas alrededor de la Tierra, el color rojo era rojo para todos y los vientos eran empujados por los Dioses de la tempestad. 

La diferente interpretación que cada hombre daba a ciertos fenómenos, la introducción de la superstición y la magia en la explicación de las cosas, llevó a la aparición de un deseo de conocer la realidad del mundo. Predominó el frío pensamiento porque se creyó que la razón eran infalible y el mundo se regía por unas leyes regulares, perfectas, posibles de determinar y dotadas de ciego fatalismo. Fue la era del pensamiento mecanicista y determinista que implicaba una gran fe en la posibilidad del conocimiento humano. 

La Relatividad vino a destruir gran parte de aquellas creencias demostrando que el mundo no respondía exactamente ni a la aportación de nuestros sentidos ni a una causalidad rígida y fatal. En la disputa sobre si la luz es onda o corpúsculo, la Ciencia actual viene a decir, con evidente posibilidad de asombro, que es ambas cosas al mismo tiempo.

El determinismo y la ciega causalidad han sido sustituidos, en gran parte, por la estadística y la probabilidad. Las leyes de los grandes números pesan profundamente en el ánimo del científico. 




Los fenómenos, que son los hechos que se producen a nuestro alrededor, se encierran en coordenadas de tiempo y espacio y se convierten en funciones matemáticas en las que uno o varias variables pueden expresarse por una fórmula y una línea. Mientras para los antiguos las cosas poseían un gran valor, hoy se tiende más a comprender el mundo físico como una multitud de sucesos, de acaeceres que conviene estudiar en su desarrollo y evolución. 

El ingenioso escritor francés del siglo XVII Cyrano de Bergerac cuenta en su Historia Cómica de los Estados e Imperios de la Luna (1652), entre otras cosas, un caso sorprendente que, según dice, le ocurrió a él mismo. Un día, cuando estaba haciendo experimentos de Física, fue elevado por el aire de forma incomprensible, incluidos sus frascos. Cuando al cabo de varias horas consiguió volver a tierra quedó sorprendido el ver que no estaba ni en Francia, ni en Europa...¡había llegado a Canadá!

No obstante el escritor francés considera que este vuelo transatlántico era completamente natural. Para explicarlo dice que mientras el viajero a la fuerza estuvo separado de la superficie terrestre, nuestro planeta siguió girando como siempre, hacia oriente y por eso, al descender, sentó sus pies no en Francia sino en América. 

¡Que medio de viajar más fácil y económico! No hay más que elevarse sobre la superficie de la Tierra y mantenerse en el aire unos cuantos minutos para que al descender nos encontremos en otro lugar, lejos hacia occidente. ¿Para que emprender pesados viajes por tierra o por mar, cuando podemos esperar colgados en el aire hasta que la misma Tierra nos ponga debajo al sitio que queremos ir?





Desgraciadamente este magnífico procedimiento es pura fantasía. En primer lugar, porque al elevarnos por el aire seguimos sin separarnos de la esfera terrestre, continuamos ligados a su capa gaseosa, es decir, estaremos como colgados de la atmósfera, la cual también toma parte en el movimiento de rotación de la Tierra alrededor de su eje. El aire (mejor dicho, su capa inferior y más densa) gira junto con la Tierra y arrastra consigo todo lo que en él se encuentre: las nubes, los aeroplanos, los pájaros en vuelo, etc

Si el aire no tomara parte en el movimiento de rotación de la Tierra sentiríamos siempre un viento tan fuerte, que los huracanes más terribles parecerían ligeras brisas comparadas con él (La velocidad del huracán es de 40 metros por segundo o 144 km por hora. Pero la Tierra, en una latitud como la de San Petersburgo, por ejemplo, nos arrastraría a través del aire con una velocidad de 240 metros por segundo, es decir, de 828 km por hora, y en la región ecuatorial, por ejemplo, esta velocidad sería de 465 m por segundo  o de 1674 km por hora)

Lo mismo da que estemos nosotros fijos en un sitio y que el aire pase junto a nosotros o que, por el contrario, sea el aire el que está quieto y nosotros los que nos movemos dentro de él, en ambos casos el viento sería igual de fuerte. Por ejemplo, un motociclista que avanza a 100 km por hora sentirá un viento fuerte de frente aunque el aire esté en calma. En segundo lugar, aunque pudiéramos remontarnos hasta las capas de la atmósfera o la Tierra no estuviera rodeada de aire, el procedimiento de viajar económicamente ideado por el satírico francés sería también irrealizable.

Efectivamente, al separarnos de la superficie de la Tierra en rotación continua seguiríamos, por inercia, moviéndonos con la misma velocidad que antes, es decir, con la misma velocidad a que se movería la Tierra debajo de nosotros. En estas condiciones, al volver a la Tierra nos encontraríamos en el mismo sitio de donde partimos, de igual manera que cuando damos saltos en un vagón de ferrocarril en marcha caemos en el mismo sitio. Es verdad que por inercia nos movemos en línea recta (tangenciamente a la superficie terrestre), mientras que la Tierra seguiría un arco debajo de nosotros, pero tratándose de lapsos de tiempo pequeños esa diferencia es nula. 




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