La Ciencia en el Renacimiento



Al mismo tiempo que el siglo XVI constituye una etapa fecunda durante la cual se pondrán las bases para el nacimiento de la ciencia política, desde la primera mitad del siglo XV se venían renovando los conocimientos científicos. El Renacimiento científico debe mucho a la Edad Media. Las más importantes tendencias del Renacimiento, aquellas que determinaron la naturaleza de la actividad científica en el siglo XVI, aparecen progresivamente en los siglos XIV y XV. Ciertos acontecimientos dieron a este proceso una excepcional aceleración: la caída de Constantinopla, que llevó a Italia a una muchedumbre de científicos, acompañados de cuantiosos manuscritos científicos bizantinos y el invento de la imprenta y del libro, que permitió una mayor y mejor difusión de los textos. Los progresos se produjeron fundamentalmente en matemáticas, astronomía, física, química y anatomía.

En el terreno de las matemáticas, la segunda mitad del siglo XV supuso el encuentro entre los conocimientos matemáticos medievales y los árabes y el hallazgo de algunas fuentes griegas. Nicolás de Cusa (1401 - 1464), cosmólogo y filósofo, despertó los estudios matemáticos, y aunque no descubrió ninguna verdad científica, ejerció una indiscutible influencia en Leonardo da Vinci, Giordano Bruno, Copérnico y Kepler. Concretamente, su afirmación del valor absoluto del principio de continuidad y su identificación formal del círculo con un polígono de lados infinitos constituyen la base de la Estereometría de los toneles de Kepler, punto de arranque de la geometría de los invisibles en el siglo XVII. Para llegar a la demostración, Nicolás de Cusa sostiene que todo pensamiento consiste en una comparación y en el establecimiento de relaciones, que encuentran su mejor expresión en los números. Sin embargo, el número pertenece al campo de la finitud. Para alcanzar el máximo y el mínimo hay que trascender la serie indefinida de lo grande  y de lo pequeño de tal manera que el máximo y el mínimo coincidan en la noción del infinito. La coincidencia de los opuestos en el infinito aparece también geometría, en que nada se opone tan claramente como lo recto y lo curvo. Así la curvatura de un círculo disminuye a medida que aumenta su radio, y aumenta al disminuir éste, pero nunca será curvatura máxima ni mínima: lo que hace es desaparecer en el infinito. Como consecuencia de estas consideraciones, Cusa afirma que las matemáticas son las únicas ciencias que permiten al espíritu humano alcanzar la certeza. 

El progreso y la difusión de las matemáticas prácticas deben mucho a los manuales que se publicaron entre el último cuarto del siglo XV y todo el siglo XVI, que, sin aportar descubrimientos importantes, desempeñaron una función de trascendencia fundamental en la organización y recopilación del saber adquirido, así como en la elaboración de la notación algebrica. La Aritmética de Trvino (1478), que contiene una serie de reglas útiles para toda clase de cálculos destinados a los comerciantes, es el más antiguo de ellos. El manual de Johann Widmann (1489) proporcionó el uso de los siglos más y menos, para designar no solo adición y sustracción, sino defecto y exceso, así como la prima y asiento contable de compensación, muy útil para comerciantes y contables. Por las mismas fechas, el Triparty (Lyon, 1484), de Nicolás Chuquet, ofrecía un nuevo método de numeración sobre la base de dividir los números en grupos, por medio de puntos y atribuir a cada grupo un nombre según su órden, (mil de miles se convierte de esta manera en un millón, etc). Por su parte, el manual de Luca Pacioli (1445 - 1514), la Summa de arithmetica, geometría, proportioni et proportionalità (Perugia, 1487), auténtica enciclopedia, en la que se recogen las aportaciones de los matemáticos de la Antigüedad y los medievales. Dividida en cinco partes, expone las diferentes clases de números, las operaciones aritméticas clásicas, las extracciones de raíces, las fracciones, un manual de contabilidad por partida doble, una tabla de medida y monedas, etc. 

A Luca Pacioli y a Nicolás de Cusa debe Leonardo da Vinci sus conocimientos matemáticos. Autodidacta en todos los saberes, Leonardo es un práctico que ignora las letras clásicas, y que se forma en un taller, la escuela de Andrea Verrocchio, donde se aprende pintura, fundición, talla, planimetría, apertura de canales y obras públicas y arquitectura, cuyo aprendizaje y práctica implicaban la posición de un voluminoso conocimiento científico y matemático. Por ello, las aportaciones y soluciones no son teóricas, su geometría es la propia de un mecánico y su ciencia está orientada a la acción. 






La escuela algebrica italiana no destacó hasta la segunda mitad del siglo XVI, pero produjo notables matemáticos: Tartaglia, Cardano, Ferrari y Bombelli, a quienes se debe la lucha por el descubrimiento de la solución de la ecuación de tercer grado, de la que a finales del siglo XV Scipione del Ferro ya había aportado la solución de una forma. Los últimos años del siglo XVI significan para la ciencia italiana un período de cierto estancamiento. 

El centro del movimiento del pensamiento científico se traslada hacia los Países Bajos. Simon Stevin (1548 - 1620) era contable, constructor de molinos, y de fortificaciones, contable e intendente. Su primera obra recogio las primeras tablas de intereses, y posteriormente, en su libro Libro de Cuentas del Príncipe (1608), desarrolló los métodos de contabilidad por partida doble, aconsejando sus usos en las Haciendas Públicas. En 1585 publicó una colección bajo el título La aritmética de Simón Stevin de Brujas, donde incluye un tratado sobre las fracciones decimales que se difundirá con rapidez y éxito. Su segunda gran innovación es la unificación de la noción de número, hasta entonces los matemáticos desconocían que la unidad es número, de la misma naturaleza y tan divisible como los demás. Su éxito como matemático se debió a que admitió el carácter legítimo del número negativo, aceptando las soluciones negativas de las ecuaciones con las que se operaba y a que, por primera vez en la historia de la ciencia admitio y descubrió la equivalencia de la sustracción de un número positivo y la adición de un número negativo.

Si las matemáticas conocieron durante el siglo XVI una singular aceleración y difusión, la astronomía vivió un auténtico y fecundo renacimiento. En su progreso también se halla el pensamiento de Nicolás de Cusa. Gracias a él la concepción clásica de un mundo cerrado y jerárquicamente ordenado fue sustituida por la de uno abierto, ilimitado, e indefinitivamente extenso, un mundo cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna. En su Docta Ignorancia (1440) rechazó que la Tierra sea el cuerpo más vil del lugar más bajo de un Universo dividido en dos regiones, subluumar y celeste. Defiende que el Universo es uno, diversificado y animado en todas partes de movimiento, y en el cual la Tierra es una estrella noble con luz y movimiento propios. Con tal obra y el pensamiento de Cusa, que destruyen el Cosmos antiguo, se pusieron las primeras bases para la revolución científica del siglo XVII, aunque su influencia inmediata fue escasa. Precisamente las ideas cosmológicas de Giordano Bruno y de Leonardo da Vinci son deudoras de aquél, sobre todo en el abandono de este último de la concepción geocéntrica. El pensamiento y la obra de Copérnico (1473 - 1543) fueron decisivos para que se produjera la revolución científica. 




Hacia 1512 Nicolás Copérnico concibió y dio a conocer la idea central de su sistema, el heliocentrismo. Sin embargo, hasta 1536 no fue invitado a publicar sus descubrimientos, propuesta que rechazó para evitar la reacción hostil de los teólogos romanos. Sería un seguidor suyo, Rético (1514 - 1574), quien emprendería la redacción de un breve resumen de su obra, Narrado prima, que se imprimió en Danzig en 1540. Después de leer a todos los filósofos que habían estudiado la estructura del Universo, observó que algunos de ellos creían en el movimiento de la Tierra. Verificada esa hipótesis rechazó el error de los matemáticos que habían hecho de la Tierra el centro del mundo. La polémica de Copérnico contra la astronomía y la cosmología tradicionales nos muestra que en el paso del geocentrismo al heliocentrismo se escondía una verdadera revolución astronómica. Copérnico reprocha a Aristóteles y a Plotomeo lo absurdo de pretender mover el lugar y no una parte del mismo. En segundo lugar, tanto la física de Aristóteles como la astronomía de Plotomeo afirmaban la inmovilidad de la Tierra en el centro del mundo. Si la Tierra se moviera las piedras lanzadas al aire o dejadas caer desde lo alto de una torre no volverían a caer al lugar desde donde habían sido lanzadas, o no caerían nunca al pie de la torre, sino que se retrasarían, afirmaban. Copérnico responde que las cosas que caen y que se elevan realizan un movimiento que es partícipe de la Tierra y son arrastradas por ella, realizando un movimiento mixto con relación al mundo que está compuesto de uno rectilíneo y otro circular, aunque a nuestros ojos parezca rectilíneo. La hipótesis de Copérnico decía que un cuerpo redondo situado en el espacio giraría en torno a sí mismo, sin necesidad de un motor que lo mantuviera en movimiento, sin necesidad de situarse en el centro físico, como sostenía Aristóteles. Por ello, aunque sitúa al Sol en el centro del Universo no lo coloca en el centro de los movimientos celestes, pues los centros de las esferas planetarias no se encuentran en el interior del Sol, sino alrededor de él. 

La difusión del pensamiento copernicano y la adopción de su sistema se produjo con mucha lentitud, aunque su De revolutionibis orbium coelestum (1543) fuese muy admirado. Los copernicanos escasearon en el siglo XVI, sobre todo por el temor de chocar con la autoridad de Aristóteles y de la Revelación. Para católicos y protestantes las ideas de Copérnico entraban en contradicción con las Sagradas Escrituras y por ello condenaron su doctrina. A ello se añadieron los argumentos científicos o físicos que apuntaban a lo absurdo e inconcebible de la teoría del movimiento terrestre copernicano. 

Giordano Bruno (1543 - 1600) profundizó en el sistema de Copérnico. Adopto en sus obras el infinitismo de la nueva astronomía y sustituyó el Cosmos ordenado y finito por un Universo infinito, inmenso y no enumerable, compuesto por infinitud de mundos semejantes al nuestro. La defensa apasionada de esa doctrina del Universo, que superaba la de Copérnico, le costó la persecución inquisitoria, la cárcel, la excomunión y la muerte en la hoguera (Roma, 1600). La cosmología de Bruno era para sus contempoáneos, gratuita, infundada, inaceptable, osada y radical. Infinitud del Universo, espacio geometrizado, relativitud del movimiento constituyen las ideas claves de la nueva cosmología, que será fundada por Galileo, Descartes y Newton. 





En física los progresos fueron escasos, dispersos, lentos y discontinuos. La física de Aristóteles se presentaba como una construcción teórica equilibrada, de acuerdo con el sentido común, capaz de ser útil a las actividades de los prácticos. De toda esta época, la obra de Leonardo da Vinci, de raíces aristotélicas, fue la más original, aunque no redactara trabajo teórico alguno. Sus aportaciones deben buscarse en el análisis de los casos concretos y en los dibujos. 

La química, en cambio, conoció un movimiento de investigación y descubrimientos desde finales del siglo XV. Una de las causas de su renacimiento fue la proliferación de los tratados químicos y alquímicos de los compiladores medievales. Los factores de progreso de la química estaban relacionados con el aumento de la actividad comercial del siglo XVI, que a su vez exigió la extensión de las actividades técnicas. La importancia de la tintorería en el progreso de la práctica química fue de relevancia capital, así como el renacimiento de las explotaciones mineras y de la industria metalúrgica en el aumento de los conocimientos químicos y en su difusión. Paracelso (1493 - 1541) es el más ilustre químico del Renacimiento. Partidario de la experimentación directa, de la observación de la Naturaleza como método seguro y de la introducción de la práctica médica del uso de medicamentos obtenidos del reino animal, logró dar a la química un impulso que no se detendría. 

El mismo año que se publicó la obra de Copérnico que exponía el sistema heliocéntrico, se imprimió un libro escrito por Andrés Vesalio, De humani corporis fabrica libri septem (Basilea, 1543), que revolucionó los conocimientos sobre la estructura del cuerpo humano. La anatomía, fundamento de la medicina, experimenta a partir de esa fecha un notable progreso, aunque el verdadero renacimiento de la medicina tardará en llegar. La renovación de la anatomía se produjo durante el siglo XVI, gracias a la recuperación de las fuentes literarias de la Antigüedad y a la generalización del encuentro directo con la Naturaleza como fuente suprema del saber. El preludio de esa renovación lo protagonizó Leonardo da Vinci gracias a sus investigaciones anatómicas. En distintos períodos de su vida practicó la disección de cadáveres, de fetos, de adultos y de ancianos, de los que realizó miles de croquis y tomó multitud de notas. Durante los primeros decenios del siglo XVI la disección didáctica para la enseñanza práctica de la anatomía humana y la autopsia judicial se difundieron y fueron ejecutadas en varias ciudades italianas. En 1535 el médico español Andrés Laguna publicó en París un manual de anatomía que presentaba la primera descripción exacta de la válvula ileocecal. Tres años más tarde el cirujano francés Etienne de la Riviere publicó una obra anatómica ilustrada, donde a la par que criticaba a los que aceptaban dogmáticamente la anatomía galeánica, expoía importantes descubrimientos, como la distinción de los nervios simpático y neumogástrico. La iconografía anatómica alcanza su cénit, por su realismo, en el atlas de Canao (1541), y en el libro monumental de Vesalio (1543).

De origen germánico Vesalio (1514 - 1564) era hijo del boticario del emperador, de lo que se deduce que recibió una esmerada educación clásica. Estudió medicina en París, Lovania y Padua y entre 1534 y 1543 enseñó anatomía en Padua, donde perfeccionó las técnicas de disección y de representación casi perfecta de las formas anatómicas. Posteriormente fue médico de Carlos I y de Felipe II, en cuyas campañas militares adquirió excelentes conocimientos de cirugía. Hacia 1538 aun es un adepto de Galeno. Sin embargo, bajo la influencia de sus maestros parisinos, volvió a las fuentes griegas y poco después centraría su atención en la Naturaleza. En sus Tabulae corrigió la descripción galénica del sacro y de la mandíbula y describió la próstata, y durante su estancia en Lovania conoció por vez primera, en el cuerpo de una mujer, el cuerpo amarillo del ovario. La ruptura definitiva con Galeno se produjo entre los años 1539 y 1540, durante sus demostraciones anatómicas en la universidad de Bolonia. Invocando la autopsia como única autoridad, Vesalio se negó a aceptar que el hígado tuviese cinco lóbulos y rechazó otras opiniones de Galeno, al que reprochaba no haber disecado nunca cadáveres humanos, sino animales, con ello reinvindicaba la necesidad de rehacer toda la anatomía humana. Fue él mismo quien inició la tarea publicando De humani corporis fabrica libri septem, que contenía 300 ilustraciones. Las seis primeras partes del libro están dedicadas a la osteología y a la miología, a la descripción del sistema nervioso central (que constituye la más valiosa aportación de la obra vesaliana), a las venas, las arterias, las vísceras del vientre y del tórax. Sus investigaciones sobre el corazón son especialmente importantes, pues estuvo próximo a reconocer la naturaleza muscular del corazón y su función motriz, negó la existencia de lo que Galeno llamó hueso cardíaco y señaló la ausencia de poros en el tabique interventricular. La séptima parte del libro estudia la anatomía delo cerebro, llegando a distinguir la sustancia blanca de la gris, y logrando una excelente representación de los ventrículos, de la glándula pineal, etc. Sus sucesores, Renaldo Colombo, pionero de la anatomía patológica, y Gabriel Falopio, que describió la cuerda del tímpano, los canales semicirculares del oído interno, la trompa uterina, etc, consiguieron, al corregir a Vesalio, una mayor exactitud en sus observaciones.



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