La Piel: el mayor órgano funcional del cuerpo



La piel se define, no sin razón, como el mayor órgano funcional del cuerpo humano, cubre un área de 1,5 a 2 metros cuadrados en el adulto medio. A lo largo de la vida las tareas que tiene que realizar son enormemente variadas, entre ellas, proteger el medio interno de los efectos destructivo del medio exterior y establecer la comunicación entre ambos.

En el transcurso de la evolución esta cubierta externa se desarrolló como protección en los órganos encargados de las funciones básicas de la existencia: alimentación, respiración y excreción de los productos de deshecho. Como estos procesos se realizaban en zonas cada vez más profundas del organismo debido a su creciente complejidad, la superficie exterior fue perdiendo la relación con estos fenómenos, y, como contrapartida, se especializó, al igual que otros órganos. Aunque la piel realiza también muchas otras actividades, su función esencial reside en la protección y comunicación, y sus dos capas principales, la dermis y la epidermis esán especialmente adaptadas para llevarlo a cabo.

La epidermis es la capa más externa y está formada por cinco estratos celulares. El más interno, el estrato basal, se halla dispuesto a modo de empalizada y se divide constantemente. Las células así producidas son empujadas a la superficie, pero, en el camino, su núcleo degenera y las células mueren, dando lugar al estrato más exterirr, el estrato córneo.

Éste de un espesor de veinticinco a treinta células muertas, contiene una proteína insoluble e indigerible: la queratina, que es también el principal componente del pelo y de las uñas. La producción de queratina es diferente en las distintas células del cuerpo, por ejemplo, es mayor en las palmas de las manos y la planta de los pies donde los roces son mayores.



El estrato lúcido, el quinto, solo se encuentra en las áreas engrosadas. Sus células contienen eleidina, sustancia transparente o lúcida. La queratina se dispone en un entramado laxo que permite gran movilidad, pero que al mismo tiempo impide la penetración de bacterias, la absorción de agua exterior o la pérdida de agua corporal a través de la evaporación. 

Por su parte, la melanina protege la piel contra la exposición excesiva de los rayos ultravioletas, cuya energía es absorbida por el pigmento, que se oxida y se vuelve más oscuro, este proceso es el responsable del bronceado cuando uno se expone al sol. 

La dermis contiene los medios de nutrición, comunicación y control de temperatura de la piel. Consta de dos capas, la superior está irrigada por abundantes vasos sanguíneos que se extienden en todas direcciones en la trama del colágeno y la elastina, proteína que confiere elasticidad a la piel. 

Los capilares sanguíneos forman un bucle en la papila y proporcionan, junto al suministro arterial, y el drenaje venoso un cierto control de la pérdida y retención de calor, modificando el flujo sanguíneo a través de la piel. Asimismo contribuyen al proceso de curación, asegurando el eficaz suministro de nutrientes que la sangre transporta: ácidos grasos, glucosa, aminoácidos y varios tipos de sales. En esta capa existen también terminaciones nerviosas sensibles al tacto, presión, dolor y temperatura que avisan de eventuales peligros por calor, frío u objetos pesados o cortantes. A través de los nervios raquídeos transmiten señales al cerebro que, mediante la transmisión de impulsos correspondientes ordena a los músculos que retiren inmediantamente el área corporal dañada, por ejemplo, la mano del agua muy caliente, o del fuego.


Debajo de la capa papilar se encuentra la región recticular que contiene fibras colágenas y elásticas y vasos sanguíneos. Allí se encuentran las glándulas sudorípadas, folículos pilosos y glándulas sebáceas, debajo del cual se encuentra el tejido subcuáneo que la une al esqueleto y los músculos. Este tejido posee en todo su espesor células adiposas agrupadas que forman el tejido adiposo, una suerte de almohadilla que no solo constituye un depósito de combustible de emergencia, sino que también aísla el frío e impide la pérdida de calor. El sebo, sustancia oleosa secretada por las glándulas sebáceas, constituye otro sistema de protección.








Esta sustancia fluye constantemente por los conductos que las conectan con las depresiones de la epidermis llamadas folículos en cada uno de los cuales se halla enraizado un pelo. Tras lubricar el pelo en el folículo, el sebo fluye sobre la superficie cutánea y se mezcla con las capas exteriores de queratina, contribuyendo a la protección contra los agentes físicos. Al mismo tiempo forma la primera línea defensiva contra la invasión bacteriana gracias a su ligero poder antiséptico. La secreción del sebo es particularmente importante en los climas tropicales, en los que la capa superficial sufre una constante desecación. Sin este lubricante protector ligeramente graso, la piel sería incapaz de resistir el desgaste diario y perdería su humedad normal, con lo que el organismo quedaría expuesto a la deshidratación.


La región reticular contiene también glándulas sudorípadas imprescindibles para la regulación de la temperatura corporal. A diferencia de las sebáceas, estas son glándulas verdaderas o cerinas, puesto que la célula secretora no forma parte de la secreción. El fluido acuoso y claro (sudor) lo producen unas células situadas en la parte inferior de un tubo enrollado existente en la dermis, de aquí fluye a lo largo de un conducto recto que llega a la epidermis, controlando la cantidad de secreción. Con la transpiración y la consiguiente evaporación de la humedad el cuerpo regula el calor.


El control de la temperatura en los mamíferos está regulado con gran sesibilidad. La notable capacidad del cuerpo humano para mantener su medio interno constantemente en 37ºC se basa en un delicado y complejo sistema de realimentación en el que se hallan implicados receptores cutáneos, nervios, centros cerebrales de control y las glándulas sudorípadas. Cualquier elevación de la temperatura exterior es registrada por las terminaciones nerviosas especializadas, que envían el mensaje al hipotálamo, la zona del cerebro encargada de la regulación de la temperatura.


El cerebro manda, a su vez, impulsos nerviosos a las glándulas sudorípadas, induciéndolas a liberar sudor hasta que los receptores detectan la vuelta a la normalidad de la temperatura cutánea, momento en que dichas glándulas interrumpen su actividad. Estos ajustes frente al cambio del medio ambiente externo no podrían llevarse a cabo sin el órgano especializado llamado piel. Sin su protección no podríamos sobrevivir a la deshidratación, abrasión o invasión bacteriana que se dan diariamente incluso en los climas templados, y mucho más aun en las condiciones enrunas del desierto o de las regiones árticas, donde se requiere una adapatación sumamente especializada.





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